Si un día te levantas y te dicen que hay una píldora o un jarabe que vela por la salud cardiovascular, ayuda a controlar del peso, mantiene una buena salud mental y un buen funcionamiento neuronal, cuida el sistema inmunitario, previene las lesiones, mejora la calcificación de los huesos, ayuda en la prevención de enfermedades respiratorias y le hace estar más contentos/as y sociables, ¿te la tomarías?
¡Es difícil pensar que alguien pueda responder que no! Pero en esta afirmación vienen escondidas dos noticias, una mala y una buena. La mala: esta píldora o jarabe no existe. La buena: hay algo que es el desencadenante de todo lo que hemos descrito anteriormente; la actividad física.
Tenemos un cuerpo diseñado para moverse
La práctica de los hábitos saludables, entre los que destaca la actividad física, previenen muchos de las dolencias y achaques de la sociedad moderna. Nuestro cuerpo está diseñado para moverse, ya que no ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad. El cuerpo todavía está pensado para sobrevivir cazando, recolectando, pescando, cultivando, es decir, en continuo movimiento. En cambio, la sociedad ha pasado de ser nómada y muy activa, a sedentaria. Ya no nos escapamos de depredadores, trabajamos mayoritariamente sentados/as o en posiciones estáticas, nos desplazamos con vehículos motorizados, pasamos horas en el sofá, vamos a comprar en coche...
Esto está generando una serie de problemas de salud tanto física como mental a abordar y, por suerte, tenemos la solución, pero es una solución que, en la mayoría de casos, da mucha pereza.
La actividad física mejora muchos de los aspectos de la vida: en cuanto a salud física, pero también nos ayuda a encontrarnos mejor con nosotros mismos/as, a mantener el peso y cuidar nuestra imagen, por tanto, mejora nuestra autoestima; nos ayuda a sentirnos más enérgicos y felices/as y a relacionarnos mejor con las personas de nuestro entorno; a rendir mejor al trabajo, y es que está comprobado como el deporte mejora la capacidad de concentración.
Debemos tener presente que los estudios demuestran que los factores que determinan la salud son: en un 11% el sistema de salud, en un 19% el medio ambiente, en un 27% la biología humana y en un 43% el estilo de vida. Si nos fijamos, el porcentaje más elevado –el estilo de vida –es el que podemos decidir y controlar nosotros mismos; es una gran noticia.
¿Empezamos?
Uno de los pasos más complicados es iniciarnos, dar el primer paso. Hay que concienciarnos y tener presente que si dedicamos un rato a la semana a realizar actividad física, este será un rato que nos estamos dedicando a nosotros mismos y que estaremos invirtiendo en nuestro presente y futuro. Hay un dicho que dice que si invertimos en actividad física, ahorraremos en médicos y salas de espera.
Para empezar, es imprescindible ponerse objetivos abarcables y a corto plazo. No hace falta que intentemos pasar del 0 al 100 en unas semanas porque seguramente seremos mucho más propensos al abandono y a la frustración. Es mucho mejor empezar poco a poco. Quizás con un día a la semana, quizás yendo a andar, quizás con poco rato. Y, a medida que nos vayamos adaptando, ir aumentando la periodicidad, la intensidad y el tiempo.
El verano es un momento ideal para iniciarse: los días son más largos, apetece hacer cosas en el exterior y, en general, tenemos más tiempo para nosotros mismos/as. Se puede quedar con un/a amigo/a para salir a caminar en lugar de sentarse a tomar un café, jugar un partido de pádel, apuntarse a alguna clase dirigida al gimnasio, nadar unos metros en la piscina.
En un próximo artículo os explicaremos qué trucos podemos utilizar para, una vez hemos dado este primer paso, continuar motivados y no abandonar esta práctica tan saludable y necesaria para la salud física y emocional, para rendir mejor al trabajo, para ser más buenos compañeros, para tener una mejor convivencia familiar.